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¿Es inteligente el pulpo?


En la sección "otras orillas" habitan algunos textos que no corresponden a Los pájaros [...], sino que hablan de otros asuntos de la vida. En algunos casos son fragmentos, en otros textos enteros. Hoy, un texto escrito para niños, a la manera de los cuentos clásicos de Kipling.




¿Es inteligente el pulpo?


Me preguntas si es verdad, mi dulce niño, que los pulpos son muy listos. ¡Es cierto!, yo te lo digo.

En mis años de marino a algunos pulpos he conocido. Y los he visto escapar de acuarios y de agujeros, caracolas y peceras, de tarros y de jarros, de costras y de ostras; a uno, encerrado por un niño que tu misma pregunta hizo, lo vi girar alguna vez la hosca y tosca rosca de un viejo frasco de mermelada que, de sucio, daba asco.

Todo aquello lo aprendieron del más viejo entre los viejos, del primer pulpo, el más antiguo. En el fondo del mar su casa mantenía. Tenía miedo, óyeme niño, de la luz que desde el cielo descendía, así que, quizás por cobardía, hasta el fondo del mar cabeza y patas sumergía.  

Pero aquel abismo tan oscuro era, que el pulpo a nadie distinguía. Se sentía solo y triste, y si no hubiera estado todo mojado, a ocho patas se hubiera secado las lágrimas que de los ojos le salían. Del corazón sacó coraje (¿ves que en la oscuridad también se puede ser valiente?) y navegó aguas arriba, buscando algún amigo que le diera comparsa y compañía. Indagó e inquirió, y buscó y revisó, y esculcó y escudriñó, y fisgoneó y registró, y exploró y husmeó. Pero en aquel suelo marino, solo burlas había.

Aquel cefalópodo tan raro era, que ningún animal marino con él trato quería. A otros, con menos carácter y entereza, aquello los habría endurecido. Hubieran puesto sobre ellos mil corazas, como lo hace el caracol o el cangrejo o la tortuga, que se ponen de piedra por fuera para que nadie los hiera. Pero este pulpo buenos corazones tenía (lo digo en serio, dulce niño, porque los pulpos tienen tres corazones en su anatomía), y dejó de lado las cosas duras y más bien se vistió de blanduras. Y se puso blando, tan blando, tan supremamente blando, que se le fueron chorreando las cosas que tenía por dentro. ¡No te rías que lo que digo es cierto! El cerebro, al interior, se le escurría, y en cada tentáculo un pedazo le cabía.

Dime tú, mi dulce niño, si tuvieras nueve cerebros, ¿Cuántas cosas pensarías? El pulpo de esta historia empezó a pensar por nueve. ¿Vale la pena buscar amigos entre quienes te consideran tan raro que ni escucharte quieren? Buscaba compañía, aquello es cierto, pero los amigos de verdad te aceptan como eres, incluso si eres pura cabeza y ocho patas. Si los cangrejos le hacían gestos cuando lo veían, las tortugas se reían y hasta los peces góbidos bajo la arena le escupían, aquello sería seña, de que su amistad poco valía.

Para darles una lección a todos, se paró el primer pulpo en aquel fondo marino. Con sus ocho patas dio tres saltos y seis giros, cuatro volteretas, y diez y nueve sacudidas y, como atraídos por el espectáculo, con más ganas de él se reían, se decidió el pulpo a mejorar su truco: el cuerpo entero fue llenando de colores. Había luces amarillas, y luego rojas y violetas, azules claras y otras oscuras, y luego verdes y también naranjas, y dicen los que lo vieron (yo no estuve, pero creo que es cierto) que sobre su piel salieron colores que ni siquiera nombre tenían.

Y cuando todos aquellos seres marinos abrieron las bocas de asombro, llegó su acto final, ¡Oh, gran sorpresa! En una mancha negra el pulpo mago desaparecía, y los demás animales marinos con la cara manchada y la boca llena de tinta, ya de nada se reían.

Desde ese día, niño mío, el pulpo escoge siempre sus compañías. Porque es más inteligente el que recuerda, que los amigos verdaderos te quieren por lo que eres y no por lo que aparentas.